ROMANCES MORISCOS

8 de noviembre de 2024 ,

ROMANCES MORISCOS
Los romances fronterizos eran crónicas populares de los hechos historicos acontecidos en la frontera en la época de la reconquista.
Estos romances retratan las relaciones entre moros y cristianos en la Península Ibérica, centrando sus historias en personajes moros que interactúan de distintas maneras con los cristianos, ya sea como amigos, rivales o amantes. Estos romances muestran no sólo la relación de conflicto, sino también de respeto mutuo, una visión que refleja el complejo entrelazamiento de las culturas cristiana y musulmana en la España medieval.
Aunque muchos romances moriscos son anónimos y forman parte de la tradición popular, fueron recopilados y, en algunos casos, adaptados por autores como Jorge Manrique, Luis de Góngora y Lope de Vega. El romance morisco en sí mismo era más una creación colectiva de la tradición oral que una obra individual. Su auge ocurrió entre los siglos XV y XVI, durante una época de gran fascinación por la cultura morisca y su legado en España, incluso cuando las guerras de la Reconquista estaban por finalizar o ya habían terminado con la caída de Granada en 1492.

ROMANCE DE FAJARDO
O DEL AJEDREZ

Jugando estaba el rey moro
En rico ajedrez un día,
Con aqeste buen Faxardo
Con amor que le tenía.
Faxardo jugaba a Lorca,
Y el rey moro a Almería;
Jaque le dio con el roque,
El aférez le prendía.
A voces le dice el moro:
«La villa de Lorca es mía».
Allí hablara Faxardo
Bien oiréis lo que decía:
«Calle, calle, señor rey,
no tomes la tal porfía,
Que aunque me la ganases,
Ella no se te daría,
Caballeros tengo dentro
Que me la defenderían».
Allí hablara el rey moro
Bien oiréis lo que decía:
«No juguemos más Faxardo
Ni tengamos más porfía,
Que sois tan bueno caballero,
Que todo el mundo os temía».

El «Romance del Ajedrez» o también conocido como «Romance de Fajardo»,cuenta una historia de rivalidad y honor en la que el noble cristiano Alonso Fajardo “El Bravo” alcaide de Lorca juega una partida de ajedrez contra el sultán de Almería. La historia presenta la partida de ajedrez como un campo de batalla simbólico, donde la estrategia y el honor de los contendientes reflejan el respeto y la rivalidad entre sus culturas.

—¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
—No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida.
—Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor,
y la otra, la mezquita;
los otros, los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba,
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra
otras tantas se perdía;
desque los tuvo labrados,
el rey le quitó la vida
porque no labre otros tales
al rey del Andalucía.
El otro es Torres Bermejas,
castillo de gran valía;
el otro Generalife,
huerta que par no tenía.
Allí hablara el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
Hablara allí el rey don Juan,
estas palabras decía:
—Échenme acá mis lombardas
doña Sancha y doña Elvira;
tiraremos a lo alto,
lo bajo ello se daría.
El combate era tan fuerte
que grande temor ponía.

El «Romance de Abenámar» es uno de los romances moriscos más famosos. En este poema, el rey Juan II de Castilla conversa con un joven moro llamado Abenámar, quien nació «en el día de la buena señal,» lo que le confiere un aura de nobleza y honestidad.
Durante su conversación, el rey le pregunta sobre Granada y sus hermosos paisajes, expresando su admiración por la ciudad.
Abenámar describe con orgullo sus palacios, fuentes y murallas.
Luego, el rey le propone a Granada que se una a él, prometiéndole un matrimonio simbólico, pero Granada se niega, respondiendo que ya está comprometida con los moros, sus protectores.
Este romance destaca tanto por la elegancia de la descripción de Granada como por la metáfora de la ciudad como una mujer deseada y fiel.

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