De Lorca a Marruecos CAPITULO II por Alfonso Rodríguez

12 de junio de 2025

De Algeciras
a la magia azul de Chefchaouen

Toda España estaba nublada. Las alertas por lluvias, amarillas y naranjas, se sucedían por todo el país, hasta el punto de que llegamos a plantearnos cancelar el viaje. Aunque no nos gusta programar las cosas con antelación, elegimos por descarte la semana del Día del Padre. De esta manera, los niños faltarían lo menos posible a clase, y aquel miércoles festivo en mitad de la semana nos venía de perlas.
Salimos rumbo a Algeciras un sábado por la tarde, después de pasar toda la mañana preparando el equipaje y encajándolo en el coche como si de una partida de Tetris se tratara.
La idea era llegar a Algeciras en la tarde-noche y dormir cerca del puerto. Lo conseguimos en un hotel de muy buena planta, con aparcamiento para nuestro Jeep. El plan era, por la mañana estar con tiempo de sobra en la cola para subir al ferry, que teóricamente zarpaba a las 10:00 del domingo. Por ello, madrugamos para que sobre las ocho ya estuviéramos buscando el carril de embarque.
Hacía casi veinte años que no cogía un ferry y fue grato comprobar que la hora que figura en los billetes es orientativa. Es decir, llegas a la ventanilla, anuncias tu presencia y te pones a la cola del primer barco que vaya a salir, sin importar la hora. Esto me hizo pensar que, si bien ese día viajábamos prácticamente solos, podría ocurrir lo contrario y quedarte en tierra esperando el siguiente barco. A pesar de que los días anteriores y el posterior hubo alertas naranjas y cierres del puerto debido al temporal, nuestro viaje fue tranquilo.
Una hora más tarde, pusimos las cuatro ruedas en África, en nuestra querida Ceuta. Pasamos la mañana paseando por la ciudad y comimos en una de sus concurridas plazas. Después de comer, pusimos rumbo al barrio de El Príncipe, o al menos eso indicaban los carteles en dirección a la frontera. Realizamos los trámites fronterizos con un poco de hastío, ya que siempre son lentos, sobre todo en el ado de Marruecos. La Guardia Civil actuó de forma rápida y muy amable; sin embargo, el trato en el lado marroquí fue más seco y el proceso, mucho más lento.
Nuestro primer objetivo una vez cruzada la frontera era conseguir una tarjeta SIM para tener internet durante la ruta, poder planificar el itinerario de cada día y consultar hoteles. Pero no penséis que dejé todo al azar de tener cobertura en un país extraño. El Jeep lleva instalada una tablet que funciona como equipo multimedia y navegador, con todos los mapas de España y Marruecos para llegar a cualquier parte sin necesidad de internet. Y por si fallaba el plan B, teníamos el famoso mapa de papel de Michelin. Nuestro destino: la ciudad de Chefchaouen, a 104 kilómetros de Ceuta.
La ruta nos llevó a descubrir un Marruecos de campos de golf, chalés de lujo y zonas costeras muy bonitas, donde cuenta la leyenda que algunos políticos españoles tienen sus mansiones. Atravesamos una ciudad con un nombre curioso: Castillejos . Su nombre proviene de unas construcciones en ruinas que los españoles encontraron en la zona y que les parecieron pequeños castillos. Posteriormente, la ciudad recibió el nombre del valle donde se asentaba. Perteneció al protectorado español hasta 1956.
Allí paramos, en una avenida ancha con mucho aparcamiento, en una de esas tiendas que tienen de todo: refrescos, comida y hasta tarjetas de móvil. Para nuestra sorpresa, y aunque estábamos literalmente a tiro de piedra de la frontera, el tendero no hablaba ni jota de español. Haciendo uso de mis dotes de comunicación y del idioma universal de las sonrisas, y tras algunos malentendidos, por tres o cuatro euros me llevé una tarjeta SIM que nos duró la mitad del viaje usando internet con bastante frecuencia.
A Chefchaouen llegamos sin dificultad a última horade la tarde. Durante el trayecto, y con la ayuda de internet, localizamos un apartamento en las afueras. Al llegar, mi mujer y mis hijos alucinaban. Se encontraron una ciudad que, en esa zona, parecía sucia, con calles a medio asfaltar, obras y un gentío que se abría a nuestro paso. A juzgar por el exterior, se estaban imaginando lo peor del interior del apartamento. Pero cuando subimos, la sorpresa fue mayúscula: un piso recién reformado, con persianas motorizadas, iluminación led y techos decorados al estilo local, todo muy moderno. El contraste entre el aspecto de la calle y el interior del apartamento fue brutal. No daban crédito. Había pequeños fallos, pero se notaba un gran esfuerzo por agradar.
Una vez instalados, fuimos a la ciudad y, tres calles más allá, vivimos otro cambio radical. Ante nosotros apareció una ciudad preciosa y turística, pero completamente vacía. Era Ramadán, una festividad que ralentiza la vida en las ciudades y mantiene las cafeterías cerradas hasta el anochecer. Gracias a ello, pudimos disfrutar de una bonita población prácticamente para nosotros solos…

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