Un amor de verano, castillos en la arena de la playa, las olas arremetiendo contra la orilla… Un chico norteamericano y una chica australiana se despiden al finalizar el verano en el que se han enamorado, sabiendo que nunca más se van a volver a ver… ¿o quizás sí…?
El destino, tan caprichoso él, vuelve a unirlos apenas unas semanas después, cuando coinciden en el instituto Rydell, y, de repente, se dan cuenta de que, en realidad, son prácticamente unos completos desconocidos…
En 1978 (por Dios, ¡apenas faltan tres años para que se cumpla medio siglo desde el estreno de “Grease”!), el mundo entero bailaba al ritmo de John Travolta y Olivia Newton-John, pero… ¿cómo empezó todo…? Bueno, es bien sabido que, cuando una obra teatral triunfa de forma espectacular, no pasa mucho tiempo hasta que se convierte en película. “Grease” no fue una excepción. El musical creado por Jim Jacobs y Warren Casey en 1971 había arrasado allá por donde había pasado, gracias a su visión agridulce pero optimista de la juventud norteamericana de los años cincuenta, narrada con romanticismo y un jocoso sentido del humor y aderezada con pegadizas melodías y acrobáticas coreografías. El productor Robert Stigwood fue el alma mater de la traslación de “Grease” al cine, en una época en la que los musicales al viejo estilo eran poco menos que piezas de museo, si bien el éxito de “Fiebre del Sábado Noche” (1977), también producida por Stigwood, había demostrado a los ejecutivos de Paramount Pictures que una película provista de una banda sonora potente y, sobre todo, comercial, podía constituir un reclamo irresistible para el gran público. Por otra parte, la estrella masculina del film citado anteriormente, el joven italoamericano John Travolta, necesitaba de un nuevo papel de similares características para consolidar su prometedora trayectoria, y, por si fuera poco, el director inicialmente
asignado al proyecto, Randal Kleiser, ya había trabajado con él en el telefilm “El chico de la burbuja de plástico”. Cuatro eran, pues, los factores de cuya combinación dependería el éxito de la aventura: un argumento humorístico sin dejar de ser romántico, un productor experimentado y visionario, una estrella en alza y, sobre todo, unas canciones pegadizas (que, no obstante, fueron convenientemente reforzadas con algunos temas adicionales). Muy poco se cambió del libreto de la obra original de Jacobs y Casey, aunque, paradójicamente, algunos de los números musicales que más famosos se hicieron fueron escritos
expresamente para la película. Es el caso del tema principal, “Grease”, que fue compuesto por Barry Gibb, líder de los Bee Gees (en la cresta de la ola gracias a sus temas bailables para “Fiebre del Sábado Noche”), y cantado por Frankie Valli. Por otra parte, John Farrar fue autor de dos de las canciones más recordadas, “Hopelessly Devoted To You” (que canta Sandy) y la archiconocida “You’re The One That I Want”, mientras que Louis St. Louis aportaba “Sandy” y otros cantables de relleno. Llegaba la hora de completar el reparto, y a alguien se le ocurrió que para interpretar a Sandy Olson, papel que requería de un físico atractivo y considerables prestaciones vocales, la persona idónea era la australiana Olivia Newton-John, tal vez un poquito demasiado mayor para el personaje (claro que, en realidad, todos los miembros del reparto lo eran; ¿quién puede creerse realmente que tipos como los que aparecen en la película continúen en el instituto?), pero que logró una caracterización inolvidable por la que aún es recordada. Para los papeles secundarios, Stigwood y Kleiser contrataron a intérpretes más o menos desconocidos, como Stockard Channing (cuya composición de Rizzo es sin duda la mejor que ofrece la cinta), Jeff Conaway (Kenickie), Didi Cohn (Frenchy) o unos jovencísimos Eddie Deezen y Lorenzo Lamas (algunos años antes de que “Falcon Crest” le convirtiera en “El rey de las camas”). Las canciones, inolvidables en su mayoría, que nutren la banda sonora de “Grease”, alcanzaron vertiginosa e imperecedera repercusión universal, mas no sólo a causa de sus virtudes estrictamente musicales. Las espectaculares coreografías de Twyla Tharp, mil millones de veces imitadas, fueron filmadas con imaginación e inesperada maestría por Randal Kleiser, y doy fe de que absolutamente todos intentamos, sin éxito, bailar como Danny y Sandy.
