LA EPIDEMIA SILENCIOSA

21 de octubre de 2024

Es otoño; un tiempo considerado algo melancólico, que en ocasiones evoca soledad. Una falta de compañía que afecta cada vez a más personas y que no va siempre asociada a la edad.
La población de la UE está envejeciendo y esto se aprecia en los indicadores estadísticos, donde se ve que la proporción de mayores de 80 años se ha duplicado entre 2001 y 2020.
Tempus fugit sigue siendo inapelable, y cada día se hace más patente el fantasma de sentirse solo, para más gente y ya no me refiero a la tercera edad o a nuestros mayores, sino a los jóvenes.
Un informe de la Fundación Once y Ayuda en Acción (2/24) dice que la soledad no deseada, afecta a uno de cada cuatro jóvenes en España, con mayor incidencia en mujeres y en personas de 22 a 27 años.
La soledad se asocia con factores económicos y sociales, donde las dificultades económicas y la falta de empleo aumentan el riesgo de sentirse solo, y la pobreza y el desempleo duplican la prevalencia de este sentimiento. Además, la soledad suele perdurar, ya que la mitad de quienes la padecen llevan más de tres años así. También está relacionada con la salud mental, con la ansiedad y la baja autoestima.
La soledad es atemporal, sobre todo en lo referente a la deseada, siendo indispensable cuando ejercemos nuestra libertad en una opción fundamental. En literatura tiene un gran espacio como la Soledad “garcíamarqueana” con marcado aspecto social, o la de Platón cuando se enfrenta a dos mundos o la de León Tolstói en su lucha con los demonios de su imaginación…todos ellos han dado una dignidad a esa situación de soledad buscada.
Pero este fenómeno también es no deseado y la soledad se ha convertido en una epidemia silenciosa que afecta a una amplia población en la sociedad actual. La era informática no ha solucionado este problema, ya que las redes sociales no solo no sustituyen las interacciones personales, sino que agravan la situación de aislamiento aumentando el riesgo de salud mental.
El informe de Consejo General de Psicología de España de junio 2024 también revela que las mujeres tendemos a sentirnos más solas que los hombres, en especial después de los 55 años. Además, las personas que viven solas tienen mayor riesgo de experimentar soledad no deseada, aunque también sucede en los casos de que se tenga hijos (que pena cuando los hijos se olvidan de sus padres).
La disminución de hijos, hermanos y otros lazos familiares parece erosionar el «pegamento social», incrementando el aislamiento en una sociedad que envejece con saña. Otros factores como la calidad de las amistades, el nivel educativo y la participación en comunidades religiosas también influyen en suavizar el descarte, la discriminación real y la sensación de estar solo.
El patrón de soledad entre los jóvenes de 18 a 24 años (35%), aumenta en personas mayores de 75 años (20%), manifestando la gran vulnerabilidad de los extremos etarios, y lo que más sorprende es que atañe a los jóvenes que viven en la era de las comunicaciones.
Creo que es importante abordar esta problemática desde una perspectiva política y estructural, para prevenir sus efectos a largo plazo y que desde luego pasa por fortalecer el tejido social.
ROSARIO SEGURA PEREZ-MUELAS

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