LA HUELLA IMBORRABLE DE LA SALLE EN LORCA:UNA HISTORIA DE EDUCACIÓN, SACRIFICIO Y JUSTICIA PENDIENTE por Rosario Segura

12 de junio de 2025

En la década de los 60, celebrar una primera comunión en Lorca era un acontecimiento profundamente significativo, pero también un reto económico considerable. Para muchas familias, cuyos ingresos dependían exclusivamente del salario del padre, costear el traje, los complementos y la celebración representaba un esfuerzo titánico. No obstante, ese día inolvidable, en el que los niños eran protagonistas absolutos, se vivía con intensidad y emoción. Muchos de esos niños eran alumnos del Colegio San José de La Salle, regentado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas, y celebraban su primera comunión en la Iglesia de Santiago, dejando una estampa grabada en la memoria colectiva de la ciudad.
Uno de esos alumnos fue Miguel Martínez Mínguez Méndez, nacido en la diputación de Tercia, Lorca, el 19 de febrero de 1908. Hijo de Miguel y María, ingresó a los seis años en el Colegio San José La Salle, donde cursó sus estudios primarios y el preparatorio para el bachillerato, que completó entre el colegio y el Instituto de Lorca. Con apenas 14 años ya albergaba el sueño de convertirse en médico cirujano, y con admirable tenacidad lo consiguió. Se trasladó a Madrid para estudiar Medicina, licenciándose con solo 20 años y doctorándose poco después.
Miguel fue alumno interno del Hospital de San Carlos en la cátedra de Oftalmología, bajo la tutela del profesor Márquez y con el respaldo de prestigiosos catedráticos como los murcianos Ruiz Funes y Fernando de Velasco. Completó sus prácticas en Barcelona con los doctores Arruga y Barraquer, pioneros de la oftalmología. Ya en Lorca,
fundó el primer sanatorio oftalmológico de la ciudad, y en 1940 fue nombrado director del Centro Antitracomatosa de Águilas. Su trayectoria médica se completó con trabajos de investigación en conjuntiva y desprendimientos de retina, colaborando con figuras como el doctor Rafael Méndez o Juan Negrín.
Tras una vida entregada a la medicina, Miguel Martínez Mínguez Méndez se jubiló en 1978 y recibió en 1986 el Premio Elio de la Asociación de Amigos de la Cultura. Falleció el 17 de mayo de 1989, y en 1994 la Alameda de Lorca fue bautizada con su nombre. Su vocación médica nació y se alimentó en las aulas de La Salle, como la de tantos otros lorquinos ilustres.
El Colegio San José La Salle de Lorca abrió sus puertas en 1879 con 25 alumnos. Para 1880, ya contaba con más de 200. Sin embargo, el 18 de noviembre de 1936, en el contexto de la Guerra Civil y en una muestra atroz de violencia antirreligiosa, cuatro Hermanos de La Salle y el párroco de Santiago

fueron sacados de la ciudad, llevados al coto minero y ejecutados sumariamente. Sus cuerpos fueron arrojados a un pozo de azufre. Aquella tragedia silenció durante años la voz de una institución que había educado generaciones.
El colegio permaneció cerrado hasta 1959, cuando volvió a abrir sus puertas para una segunda etapa de esplendor. De esta época surgieron personalidades como Francisco Jódar, Miguel Navarro Molina, José María Pallarés o Salvador Mouliaá, entre otros muchos. La Salle también dejó huella en el ámbito internacional, formando a figuras como Mario Vargas Llosa, Sergio Leone y Ennio Morricone, todos ellos influenciados por el humanismo cristiano de la institución.
El 8 y 9 de enero de 2016, antiguos alumnos del colegio celebraron un emotivo reencuentro, en el que participaron también Hermanos de La Salle y autoridades locales como el alcalde y antiguo alumno Francisco Jódar Alonso. Se rindió homenaje a los cinco Hermanos mártires en el lugar donde fueron asesinados, se inauguró una exposición y se propuso la creación de una Asociación de Antiguos Alumnos en Lorca.
Durante décadas, La Salle no solo formó a profesionales ejemplares, sino también a ciudadanos comprometidos con el bien común. A pesar de todo ello, la ciudad de Lorca aún no ha rendido el reconocimiento que esta institución merece. Más de 2.000 firmas fueron recogidas para solicitar al Ayuntamiento que una calle o un monumento lleve el nombre de Las Escuelas Cristianas de La Salle, pero la petición sigue sin respuesta.
Por justicia histórica, por gratitud y por memoria, Lorca debe reconocer la labor educativa, formativa y humana de las Escuelas Cristianas. Que se les dedique una calle o se inaugure un monumento no es un simple gesto simbólico: es una deuda con la historia, con los mártires, con sus alumnos y con la ciudad misma.

Ir al contenido