TALBOT SOLARA GLS 1982

12 de junio de 2025

De una cadena de montaje, salen miles de vehículos; en ocasiones, agárrense, ¡millones! Todos idénticos, mismas piezas, mismo proceso repetido hasta el infinito y más allá. Pero solo muy, muy de vez en cuando (dicen las leyendas) ocurre el milagro: uno de esos automóviles es… especial. Distinto al resto de su anodina serie. Pueden llamarlo «alma», «espíritu», o «esa tuerca que se apretó un martes con especial salero». Seguro que han oído a algún automovilista iluminado proclamar: «¡Este coche tiene alma!», «¡Tiene personalidad!» (probablemente refiriéndose a esa mancha de café que ya es parte del salpicadero). Pues bien, prepárense para el evento cósmico, porque eso mismo ocurre con la unidad que hoy tenemos el honor de presentar: un Talbot Solara, versión GLS de 1982. No hay otro igual (o eso nos gusta creer). No tiene precio y, si lo tuviera, olvídense de tasaciones mundanas; no sería un valor físico, tangible, de esos que se pueden contar con los dedos.
La historia de este automóvil es, como poco, digna de un culebrón con giros inesperados. La marca Talbot, ya de por sí, es un embrollo de árbol genealógico automotriz: origen inglés, pero con querencias francesas (un lío, ya les digo). A lo largo de su ilustre y algo bipolar historia, ha fabricado coches muy exclusivos, de esos que pisaban Le Mans como Pedro por su casa, y otros con el rimbombante título del «más caro y bonito». Mírense, si tienen un rato, el diseño y las prestaciones del Talbot-Lago… para luego ver cómo la marca se disolvió en la historia del automóvil cual azucarillo en café con leche. Su último intento de resucitar (porque las marcas, como los gatos, a veces tienen varias vidas) fue de la mano de Peugeot. Estos, en un alarde de coleccionismo corporativo, adquirieron los derechos de la marca al comprar el «pack oferta» que Chrysler Europa había pillado años antes del grupo Rootes, donde militaban Sunbeam, Simca, la propia Talbot y alguna que otra alma en pena. Con el «exitazo» del Chrysler 150 (que, seamos sinceros, ya estaba más visto que el tebeo), el coche necesitaba un «poco de ingenio». Y vaya si lo hubo: de esta matriz, de una calidad que ya quisieran muchos , nació el Solara. Era, en esencia, un Chrysler 150, pero ¡sorpresa!, ahora se llamaba Talbot y le habían puesto un culo de berlina, eliminando la quinta puerta. Eso sí, conservando los motores Simca, duros como una mala resaca.
El Chrysler 150 y, por extensión cósmica, el Solara, eran vehículos tan avanzados para su época que probablemente venían con un manual para viajar en el tiempo. Tanto, que la marca, en un despiste monumental, no supo venderlos adecuadamente. Claro, ¿cómo iba el vulgo a entender algo que superaba con creces lo que se despachaba en los concesionarios de entonces? Por ejemplo, su seguridad y construcción eran, agárrense ¡equiparables a un Mercedes Clase S de la época! Sí, ese que presumía de habitáculo indeformable, columna de dirección colapsable y estructura con deformación programada. Al Talbot solo le faltaban «pequeños detalles» como el airbag, pero oigan, por la diferencia de precio, ¿quién necesita pulmones intactos? El Talbot Solara puede presumir (y con razón, el vanidoso) de una estabilidad y una frenada de la más altísima gama. A eso súmenle la resistencia titánica de sus motores , ya fueran diésel o gasolina, con los que iban equipados cual legionario romano. Además, un equipamiento que era el no va más a principios de los 80: programador de velocidad (¡brujería!), cambio automático (¡el futuro!), cinturones traseros (¡lujo asiático!),elevalunas, cierre centralizado irrompible etc., etc., etc.
A estas alturas, seguro que ya me han calado y han descubierto que mi imparcialidad acerca de esta unidad brilla por su ausencia. Se trata de un Talbot Solara con un motor 1.6 de 90 CV que, créanme, tiran con insultante soltura de este modelo. Algunos, los más descreídos, pensarán: «¡Vaya hierro! ¿Noventa caballos nada más?». Pero, queridos amigos, los caballos, como los buenos vinos, hay que contextualizarlos. Hablamos de un coche que, en su momento, era de los «grandes», de los que imponían respeto en el carril izquierdo. Más grande que el Solara de la marca solo estaba el Tagora (casi un metro más de yate y tres veces más caro, ahí es nada) o algún que otro coche de importación para potentados. Y ojo al dato, que este se fabricaba en Madrid, Villa y Corte, ¡olé!, por lo que además puede portar con chulería un sello de «orgullo patrio bien fabricado». Así que tenemos 90 caballitos para unos muy contenidos 1000 kg de peso. Ahora, hagan el favor, busquen la ficha técnica de cualquier SUV moderno y luego me cuentan lo que es la agilidad y lo que son los kilos de más…
Decía, y no me retracto, que la supervivencia de esta unidad es un milagro con todas las letras. Fue el primer coche de mi padre, cuyo abnegado trabajo era el de comercial por las áridas provincias de Murcia y Almería. Y esto en una época en la que echarse a la carretera 12 o 14 horas era tan normal como el pan de cada día. Había ocasiones en que mi progenitor se esfumaba antes de que yo me dignara a levantar una pestaña y regresaba cuando ya estaba yo en el quinto sueño. Ríanse ustedes de las 40 horas semanales o, peor aún, ¡de las 37.5! ¡Aficionados! Si este coche hablara, y más concretamente sus curtidos asientos (aún originales, ¡toma ya!), podrían contar más aventuras que Marco Polo y Willy Fog juntos. En múltiples ocasiones estuvo a un pelo de convertirse en un amasijo de metal para desguace, cortesía de diversos accidentes de tráfico, alguno de ellos «muy grave» (un eufemismo para «casi siniestro total»). Sin embargo, la legendaria dureza de este modelo y su preclara seguridad (sin airbag, recuerden) devolvieron a su propietario al calor del hogar cada noche. Un auténtico ángel de la guarda con motor Simca.
Hoy, damas y caballeros, pueden ustedes disfrutar (si tienen la suerte de cruzárselo) de este modelo circulando en perfecto orden de marcha, como un campeón, y ya enfilando, sin despeinarse, la autopista hacia los ¡600.000 kilómetros recorridos! Ahí es nada. Que aprendan los modernos.

NUESTRO AGRADECIMIENTO A TALLERES FERYCAN EN ZARCILLA DE RAMOS, POR SU PACIENCIA, RESTAURACION Y PUESTA A PUNTO DE ESTE TALBOT.

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